lunes, 27 de septiembre de 2010

Cara o cruz


Siempre se ha representado al héroe clásico como una figura épica, impetuosa e implacable, enfrentándose a múltiples enemigos sin temor alguno a la muerte.

Ese héroe valiente y aventurado, siempre acompañado por sus leales seguidores y fieles compañeros, saliendo airoso de cualquier combate gracias a su soberbia fortaleza y su intrépido valor. El héroe de la luz, del bien, de la amistad y del amor, virtuoso, justo y sabio.

Pero existe otra vertiente de esta legendaria historia, más siniestra, más oscura. Un héroe débil, corrompido y torturado por el mundo en el que vive, alejado de los hombres por miedo a perecer. Olvidado, repudiado por todo ser viviente, condenado a luchar por una causa perdida, sin más razón para seguir que la ilusión de un sueño imposible, tan fugaz y etéreo que se desvanece al más mínimo contacto con la realidad.

El héroe que nadie conoce, que sufre en silencio y pide clemencia al destino para darle la oportunidad de liberar su carga, tan pesada y denigrante, que ni el mismísimo héroe clásico sería capaz de soportar.

He aquí las dos facetas. La alegría y la tristeza comparadas en extremo, como las dos caras de una misma moneda que no para de girar. Ahora bien, me pregunto: siendo yo mismo, ¿quién soy, soy la cara, la cruz, o la mano que lanza la moneda al aire?

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